miércoles, 25 de marzo de 2020

CUENTO PARA EL DÍA MIÉRCOLES 25/03/2020


CUENTO: El bichito insolente

Erase una vez un país en donde, en cuanto salía el sol, todos los niños salían a la calle, a los parques y se columpiaban, montaban en bici y  jugaban con sus amigos.
Pero un día, de un lugar muy muy lejano, nadie sabe cómo, ni porqué, apareció un bichito insolente, con corona y capa para hacerse transparente. Y tanto le gustaba a este bichito viajar, que pronto estuvo por aquí, por allí y por allá.
Al bichito insolente de corona y capa transparente le gustaba hacer muchas travesuras, molestar sobre todo a las abuelas y a los abuelos, a los que estaban malitos y los más enfermos.
Cuando había mucha gente, el bichito insolente saltaba de uno a otro, como si fueran un puente y, así, llegaba a más y más gente. 
Le gustaba meterse entre los niños, entre los grupos de jóvenes y amigos, entre las familias que comían en las terrazas, entre las señoras que andaban de paseo, entre los deportistas, los comerciantes y los viajantes. 
Entonces dijeron las autoridades, ¡le tenemos que cortar la diversión a este bichito molestón! Así que, ¡atención!, todos a quedarse en casa, ¡es la única solución!
Juan, como todos los niños de su barrio y de su ciudad, protestó. ¿Cómo qué no puedo salir? ¿Qué haré ahora? ¡Qué rollo! ¡Qué aburrimiento! Pero vio que protestar no cambiaba mucho la cosa. Así que empezó a ver qué se podía hacer en su casa, que aunque era pequeña, tenía muchos rincones por descubrir. 
Ciertamente ya no podía ver a sus amigos, ni salir al parque, ni ir a la escuela, pero podía estar más con su mamá y su papá, que por fin estaban más en casa. Claro también tenían que hacer sus cosas, pero los días eran tan largos que había tiempo para todo. 
Ahora su papá por la noche tenía tiempo para contarle cuentos e historias de cuando era pequeño. Su madre tenía tiempo para enseñarle rimas y canciones. Y él podía ayudarlos a cocinar y muchas cosas que ahora descubrió que se hacían en la casa.  Aprendió a hacer sus platos preferidos, por ejemplo, arroz con plátano frito. Y hacer ensaladas, que estaban mucho más ricas desde que él las preparaba. Sobre todo le gustaba pelar zanahorias y rallarlas. ¡Ah! y para el desayuno, por fin le dejaban cortar el pan con el cuchillo grande, ¡no entendía porque no se lo habían permitido antes! También ayudaba a recoger la mesa y ¡que divertido era fregar los platos y hacer un montón de espuma! También aprendió a tender la ropa y a recogerla, doblarla y a guardarla. 
Así los días se hacían mucho más llevaderos. Y  cuántos rincones de la casa, cuántos cajones que todavía nunca había descubierto, pudo descubrir ahora. 
Jugando con las sábanas y las pinzas, entre mesas y sillas, se construyó un gran palacio, con una gran torre. Se puso un cordón de corona y un palo de recogedor, de espada. 
Todos los días subía a lo alto de su torre y decía:

Yo tengo una torre fuerte y resistente, 
ni el viento más potente la puede destruir.
Yo tengo una torre fuerte y resistente
a truenos y tormentas puede resistir.
Yo tengo una torre fuerte y resistente
En ella seguro puedo vivir.

Y allí se quedaba un buen rato jugando, inventando historias de caballeros, descubridores, piratas, animales exóticos y todo lo que se le ocurría. 
Y las historias no solo transcurrían en la torre. Había convertido el pasillo en un bosque encantado, difícil de atravesar entre cuerdas y cojines, qué era lo único que se podía pisar. Y debajo de su cama, había túneles y pasadizos secretos. 
Allí podía entretenerse solo. O mejor dicho, acompañado de todos sus personajes amigos, durante horas, mientras sus padres trabajaban en un rincón silencioso de la casa. Claro que si tenía que hacer tareas del cole, las hacía antes, para luego poder jugar.
Así entre ayudar en las tareas de la casa, hacer sus tareas, jugar un buen rato en su castillo, escuchar cuentos, cantar y dibujar, los días fueron pasando. 
Mientras tanto, el bichito insolente con corona y capa transparente, empezó a aburrirse mucho mucho. ¡Que aburrida estaba la calle sin niños que jugaran en los parques, sin jóvenes en los portales, sin las abuelas y los abuelos de cháchara, sin familias paseando! Solamente alguna mamá, papá o tía, yendo a la compra o al trabajo. 
-”Buff”, dijo un día el bichito insolente con corona y capa transparente, – ”Aquí, ya no tiene gracia vivir. Ya no puedo saltar entre la gente, como si fueran un puente”. Y aburrido, aburridísimo, decidió marcharse. 

Final 1
Y de a poco todos, niños y mayores, de aquí y de allá, pudieron salir a la calle. También Juan, cogió su bici y salió contentísimo a la calle con sus padres. Y ¡qué gran sorpresa!, al encontrarse sus padres con los vecinos, que antes ni saludan, ni siquiera sabían que ahí estaban,  ahora se saludaban efusivamente, sonreían y conversaban.
Esa misma tarde fueron por fín a casa de la abuela. Esta vez estaban todos, incluso primos que hace mucho no veía.
Juan no entendía muy bien qué había pasado, pero el caso es que que algo había cambiado y para bien. 
Esa noche Juan se metió en su camita, cansado por el ajetreo del día, respiró profundo y pensó: todo salió bien. Y tranquilo se durmió.

Final 2 (Reflexión para adultos)
Entonces despacito, Juan, y los demás niños del barrio, y también los de las otras ciudades, volvieron a la calle. Y volvieron al cole, sí, ya estaban echando mucho de menos a su maestra y a sus compañeros. 
Y los parques se llenaron más que nunca, o mejor dicho, volvieron a ser lo que eran cuando la mamá de Juan era pequeña. Porque a decir verdad, últimamente a Juan a veces le daba pereza ir al parque y prefería quedarse mirando la tele, otras veces tenía tantas tareas que no le daba tiempo de salir. Otras veces quería y podía, pero no dejaban salir a sus amigos. 
Pero ahora, todo era diferente, ahora la maestra le mandaba de tarea ir al parque a jugar con sus amigos, a columpiarse, patinar y montar en bici. También le mandó de tarea ver cómo habían cambiado los árboles y plantas del parque durante el tiempo en casa. Estas sí que eran tareas divertidas. ¡Ah! y durante el tiempo en casa Juan también había aprendido a saltar al elástico y a la comba y a hacer pequeños malabares. De hecho ahora siempre llevaba en su mochila unos saquitos de arena para poder entretenerse malabareando cuando le tocaba esperar. 
Y así es como desde entonces, Juan prefiere salir al parque a jugar con sus amigos que quedarse en casa a jugar con la play. Prefiere hacer malabares o trenzas y nudos a estar jugando con el móvil. Prefiere correr, saltar y montar bici a estar mirando la tele. 
Desde entonces el barrio de Juan está mucho más animado, la gente se reúne y habla más entre sí, más vecinos salen a correr y a caminar. 
Juan no sabe bien qué pasó, pero las cosas cambiaron y para mejor. Ahora todos hablan de los tiempos pasados, en los que de muy muy lejos, vino aquél bichito insolente de corona y capa transparente, que así como apareció, un día, se esfumó. 

El cuento sanador
Con este cuento quiero ante todo inspirarte y darte ideas de cómo explicar cosas complejas a los niños de manera indirecta y adaptada a su edad, a través narraciones y cuentos. 
Podrías ampliar el cuento, diciendo que al bichito insolente, no le gustaba nada nada el jabón, le parecía repelente. Por eso Juan, se lavaba bien las manos con agua y jabón… etc. Y así ir ampliando o modificando anécdotas según los aspectos que quieras enfatizar.
Intenté describir la situación de confinamiento como una oportunidad de aprendizaje y transformación y describiendo al bichito como un trasto de bicho, pero de tal modo que no produzca miedo y a su vez con el mensaje esperanzador de su desaparición.

Estructura del cuento sanador
Una característica del cuento sanador, como llamamos a este tipo de cuentos, es qué está estructurada en 4 partes básicas.
  1. En la primera describimos la situación de partida antes del conflicto. 
  2. Luego a través de alguna imagen, es decir, no de forma totalmente directa, describimos el conflicto. 
  3. A esto le acompaña una solución o manera de abordar el problema. 
  4. Finaliza con una imagen calma, serena y feliz, donde todo vuelve a la normalidad. 
Los cuentos sanadores, además de para explicar conceptos difíciles a través de imágenes, sirven para ayudarlos a corregir comportamientos inadecuados y para ayudarlos superar situaciones difíciles, entre otras muchas utilidades. 
Siempre con la premisa de hacerlo solo a través de imágenes y metáforas; sin moraleja ni explicaciones añadidas. Los niños solitos llegarán a su conclusión.

Puedes escuchar el cuento en el episodio 1 del podcast Un mate con Tamara.
En el curso on-line El cuento como herramienta pedagógica aprendes mucho más sobre los maravillosos efectos de los cuentos en los niños, como convertirte en una buena narradora, cómo hacer teatrillos de mesa y mucho más.


© Tamara Chubarovsky 2020

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