CUENTO: El bichito insolente
Erase una
vez un país en donde, en cuanto salía el sol, todos los niños salían a la
calle, a los parques y se columpiaban, montaban en bici y jugaban con sus
amigos.
Pero un día,
de un lugar muy muy lejano, nadie sabe cómo, ni porqué, apareció un bichito
insolente, con corona y capa para hacerse transparente. Y tanto le gustaba a
este bichito viajar, que pronto estuvo por aquí, por allí y por allá.
Al bichito
insolente de corona y capa transparente le gustaba hacer muchas travesuras,
molestar sobre todo a las abuelas y a los abuelos, a los que estaban malitos y
los más enfermos.
Cuando había
mucha gente, el bichito insolente saltaba de uno a otro, como si fueran un
puente y, así, llegaba a más y más gente.
Le gustaba
meterse entre los niños, entre los grupos de jóvenes y amigos, entre las
familias que comían en las terrazas, entre las señoras que andaban de paseo,
entre los deportistas, los comerciantes y los viajantes.
Entonces
dijeron las autoridades, ¡le tenemos que cortar la diversión a este bichito
molestón! Así que, ¡atención!, todos a quedarse en casa, ¡es la única solución!
Juan, como
todos los niños de su barrio y de su ciudad, protestó. ¿Cómo qué no puedo
salir? ¿Qué haré ahora? ¡Qué rollo! ¡Qué aburrimiento! Pero vio que protestar
no cambiaba mucho la cosa. Así que empezó a ver qué se podía hacer en su casa,
que aunque era pequeña, tenía muchos rincones por descubrir.
Ciertamente
ya no podía ver a sus amigos, ni salir al parque, ni ir a la escuela, pero
podía estar más con su mamá y su papá, que por fin estaban más en casa. Claro
también tenían que hacer sus cosas, pero los días eran tan largos que había
tiempo para todo.
Ahora su
papá por la noche tenía tiempo para contarle cuentos e historias de cuando era
pequeño. Su madre tenía tiempo para enseñarle rimas y canciones. Y él podía
ayudarlos a cocinar y muchas cosas que ahora descubrió que se hacían en la
casa. Aprendió a hacer sus platos preferidos, por ejemplo, arroz con
plátano frito. Y hacer ensaladas, que estaban mucho más ricas desde que él las
preparaba. Sobre todo le gustaba pelar zanahorias y rallarlas. ¡Ah! y para el
desayuno, por fin le dejaban cortar el pan con el cuchillo grande, ¡no entendía
porque no se lo habían permitido antes! También ayudaba a recoger la mesa y
¡que divertido era fregar los platos y hacer un montón de espuma! También
aprendió a tender la ropa y a recogerla, doblarla y a guardarla.
Así los días
se hacían mucho más llevaderos. Y cuántos rincones de la casa, cuántos
cajones que todavía nunca había descubierto, pudo descubrir ahora.
Jugando con
las sábanas y las pinzas, entre mesas y sillas, se construyó un gran palacio,
con una gran torre. Se puso un cordón de corona y un palo de recogedor, de
espada.
Todos los
días subía a lo alto de su torre y decía:
ni el viento
más potente la puede destruir.
Yo tengo una
torre fuerte y resistente
a truenos y tormentas
puede resistir.
Yo tengo una
torre fuerte y resistente
En ella
seguro puedo vivir.
Y allí se
quedaba un buen rato jugando, inventando historias de caballeros,
descubridores, piratas, animales exóticos y todo lo que se le ocurría.
Y las
historias no solo transcurrían en la torre. Había convertido el pasillo en un
bosque encantado, difícil de atravesar entre cuerdas y cojines, qué era lo
único que se podía pisar. Y debajo de su cama, había túneles y pasadizos
secretos.
Allí podía
entretenerse solo. O mejor dicho, acompañado de todos sus personajes amigos,
durante horas, mientras sus padres trabajaban en un rincón silencioso de la
casa. Claro que si tenía que hacer tareas del cole, las hacía antes, para luego
poder jugar.
Así entre
ayudar en las tareas de la casa, hacer sus tareas, jugar un buen rato en su
castillo, escuchar cuentos, cantar y dibujar, los días fueron pasando.
Mientras
tanto, el bichito insolente con corona y capa transparente, empezó a aburrirse
mucho mucho. ¡Que aburrida estaba la calle sin niños que jugaran en los
parques, sin jóvenes en los portales, sin las abuelas y los abuelos de
cháchara, sin familias paseando! Solamente alguna mamá, papá o tía, yendo a la
compra o al trabajo.
-”Buff”,
dijo un día el bichito insolente con corona y capa transparente, – ”Aquí, ya no
tiene gracia vivir. Ya no puedo saltar entre la gente, como si fueran un
puente”. Y aburrido, aburridísimo, decidió marcharse.
Final 1
Y de a poco
todos, niños y mayores, de aquí y de allá, pudieron salir a la calle. También
Juan, cogió su bici y salió contentísimo a la calle con sus padres. Y ¡qué gran
sorpresa!, al encontrarse sus padres con los vecinos, que antes ni saludan, ni
siquiera sabían que ahí estaban, ahora se saludaban efusivamente,
sonreían y conversaban.
Esa misma
tarde fueron por fín a casa de la abuela. Esta vez estaban todos, incluso
primos que hace mucho no veía.
Juan no
entendía muy bien qué había pasado, pero el caso es que que algo había cambiado
y para bien.
Esa noche
Juan se metió en su camita, cansado por el ajetreo del día, respiró profundo y
pensó: todo salió bien. Y tranquilo se durmió.
Final 2 (Reflexión para adultos)
Entonces
despacito, Juan, y los demás niños del barrio, y también los de las otras
ciudades, volvieron a la calle. Y volvieron al cole, sí, ya estaban echando
mucho de menos a su maestra y a sus compañeros.
Y los
parques se llenaron más que nunca, o mejor dicho, volvieron a ser lo que eran
cuando la mamá de Juan era pequeña. Porque a decir verdad, últimamente a Juan a
veces le daba pereza ir al parque y prefería quedarse mirando la tele, otras
veces tenía tantas tareas que no le daba tiempo de salir. Otras veces quería y
podía, pero no dejaban salir a sus amigos.
Pero ahora,
todo era diferente, ahora la maestra le mandaba de tarea ir al parque a jugar
con sus amigos, a columpiarse, patinar y montar en bici. También le mandó de
tarea ver cómo habían cambiado los árboles y plantas del parque durante el
tiempo en casa. Estas sí que eran tareas divertidas. ¡Ah! y durante el tiempo
en casa Juan también había aprendido a saltar al elástico y a la comba y a
hacer pequeños malabares. De hecho ahora siempre llevaba en su mochila unos
saquitos de arena para poder entretenerse malabareando cuando le tocaba esperar.
Y así es
como desde entonces, Juan prefiere salir al parque a jugar con sus amigos que
quedarse en casa a jugar con la play. Prefiere hacer malabares o trenzas y
nudos a estar jugando con el móvil. Prefiere correr, saltar y montar bici a
estar mirando la tele.
Desde
entonces el barrio de Juan está mucho más animado, la gente se reúne y habla
más entre sí, más vecinos salen a correr y a caminar.
Juan no sabe
bien qué pasó, pero las cosas cambiaron y para mejor. Ahora todos hablan de los
tiempos pasados, en los que de muy muy lejos, vino aquél bichito insolente de
corona y capa transparente, que así como apareció, un día, se esfumó.
El cuento sanador
Con este
cuento quiero ante todo inspirarte y darte ideas de cómo explicar cosas
complejas a los niños de manera indirecta y adaptada a su edad, a través
narraciones y cuentos.
Podrías
ampliar el cuento, diciendo que al bichito insolente, no le gustaba nada nada
el jabón, le parecía repelente. Por eso Juan, se lavaba bien las manos con agua
y jabón… etc. Y así ir ampliando o modificando anécdotas según los aspectos que
quieras enfatizar.
Intenté
describir la situación de confinamiento como una oportunidad de aprendizaje y
transformación y describiendo al bichito como un trasto de bicho, pero de tal
modo que no produzca miedo y a su vez con el mensaje esperanzador de su
desaparición.
Estructura del cuento sanador
Una
característica del cuento sanador, como llamamos a este tipo de cuentos, es qué
está estructurada en 4 partes básicas.
- En la primera describimos la situación de partida antes del conflicto.
- Luego a través de alguna imagen, es decir, no de forma totalmente directa, describimos el conflicto.
- A esto le acompaña una solución o manera de abordar el problema.
- Finaliza con una imagen calma, serena y feliz, donde todo vuelve a la normalidad.
Los cuentos
sanadores, además de para explicar conceptos difíciles a través de imágenes,
sirven para ayudarlos a corregir comportamientos inadecuados y para ayudarlos
superar situaciones difíciles, entre otras muchas utilidades.
Siempre con
la premisa de hacerlo solo a través de imágenes y metáforas; sin moraleja ni
explicaciones añadidas. Los niños solitos llegarán a su conclusión.
En el curso
on-line El cuento como
herramienta pedagógica aprendes mucho más sobre los maravillosos efectos de los cuentos en los
niños, como convertirte en una buena narradora, cómo hacer teatrillos de mesa y
mucho más.
© Tamara
Chubarovsky 2020
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